La responsabilidad de un líder.

Poder jugar al fútbol; es una suerte. Estar en una categoría profesional; un privilegio. Hacerlo en el equipo de tu Ciudad defendiendo los colores de tu gente, representando sus sentimientos e ilusiones… es una responsabilidad. Si además llevas el brazalete destinado a los líderes en el brazo: no puedes fallar.

El pasado miércoles, en la Copa del Rey, sucedió algo memorable: Un equipo en inferioridad numérica aguantó y venció tras interminables minutos, llegando al límite de la condición física. Sólo gracias a la fe en el trabajo diario, a la unión del grupo y a una afición que en el peor momento se puso al frente de la primera línea de batalla se consiguió lo que por el devenir del encuentro llegó a parecer una quimera: ganar.

Pero para los románticos de éste juego hubo algo más trascendental que la victoria. Algo que, debido al carácter meramente económico actual del deporte, pocas veces se ve en un partido de fútbol: Una afición que protege a los suyos en los peores momentos.

Si hubo alguien que sufrió en aquella noche fue Ubeda, el capitán. Su dedicación y profesionalidad siempre le llevan a sacrificarse por el equipo, desempeñando las funciones que se le encomienden sin ni siquiera pestañear. El equipo es lo primero. Pero hay veces que el fútbol tiene deparados duelos difíciles, noches dolorosas, en las que la voluntad no basta para hacer la función encomendada. Nuestro capitán sufrió ante un buen rival.

Lejos de venirse abajo, continuó animando a sus compañeros, no mostrando debilidad, manteniendo la calma y la templanza necesarias para, cuando peor oscilaba el encuentro, conseguir llegar a los penaltis. Su actuación personal no le hizo olvidar que, por encima de todos, está el equipo. Cualquier otro, en esa tanda infernal, se hubiese apartado del esférico. El no. Sabía lo que la Copa representaba para su Club, para sus vecinos, para sus familiares, para sus amigos… cogió el balón, lanzó… y dió en el palo. Falló.

El resto es historia reciente del Ecija Balompié… se consiguió el objetivo. Pero cuando todos celebrábamos el éxito… Ubeda se quedó sentado en el centro del campo, desolado y sin fuerzas.

“Para un Capitán, para un profesional, para un líder… no está permitido fallar”. Eso discurría por su cabeza: “había fallado a su gente,  no había estado a la altura”. Se encontraba abatido por la responsabilidad; él ,que siempre estaba animando. Otro no hubiese aceptado las órdenes y  hubiese evitado el lanzamiento. 
Pero eso no estaba reservado para él, huir y abandonar son dos verbos que no se conocen en el vestuario del Ecija. A pesar de la victoria en los penales, no encontraba consuelo, estaba allí, sólo.

Fuimos varios los que nos acercamos (David, Custodio…) para animarle. Lo levantamos, le obligamos a secar la mirada y a dirigirse al vestuario. Todos habían entrado. El camino hacia el túnel es largo. Entonces se escuchó un rumor: era la ovación de una grada que no había abandonado sus asientos. Estaba allí, de pié, dando las gracias a un capitán que no dejó de luchar en ningún momento. Una ovación dirigida al representante de un grupo extraordinario. Me quedé sin palabras.

Ubeda, con paso firme, levantó la mirada, alzó las manos y devolvió con gratitud infinita aquella muestra de cariño con satisfacción, satisfacción por el deber cumplido y por saber que aquella afición lo protegería siempre. La grandeza no se mide en los aplausos tras los triunfos, sino en reconocer el esfuerzo.

Con aquel simple gesto decía “gracias por vuestra fuerza”  y nos representaba a todos, directiva, jugadores y cuerpo técnico. Lanzando al mismo tiempo un contundente mensaje a los futuros rivales:

“Hemos vuelto a la Copa; ésto es Ecija; preparaos”.





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