Notas de los principales resúmenes deportivos de Champions

Estrangulados por un acordeón físico                        

 El Bayern defendió con todos sus jugadores y atacó en oleadas. Entre los pocos antídotos que han derrotado al Barça en los últimos años se ha instalado uno que parece haberse hecho común: que los jugadores de banda más adelantados se replieguen casi a la altura de sus laterales. El ejemplar despliegue defensivo de Robben y Ribéry ayudó a que el Barça no pudiera profundizar después de intentar ensanchar el campo. Cuando recuperaba la pelota, el equipo de Heynckes llegó a pisar área con seis o siete jugadores. Lahm y Alaba se proyectaban sin ataduras, igual que Schweinsteiger o incluso Javi Martínez. Con apenas un 36% de posesión, el Bayern dio siempre la sensación de que detrás de cada robo escondía un aguijonazo a la carrera, de que el partido era suyo sin dominarlo aparentemente. Que sobre Alves recayera el peso ofensivo fue sintomático del quiebre ofensivo del Barça

La famosa inferioridad en la condición física de base que achacaba Luis Aragonés al jugador español fue revertida durante estos años gloriosos por la capacidad de Xavi o Iniesta (12 balones perdidos) para desplegar en ataque todo su repertorio con la pelota durante 90 minutos y para presionar, que no es chocar, sino robar desde una ventaja ganada por colocación colectiva y anticipación individual. Nada de eso tuvo el Barça en el Allianz Arena. No desquició al Bayern con rondos porque no fueron profundos y no tuvo fuelle para recuperar la pelota arriba cuando se frustraban sus ataques.

Como los ataques no eran ordenados, ese desorden le impedía reagruparse con eficacia para impedir las contras meteóricas del Bayern. Que el Barça no es el mismo Barça si no presiona arriba es ya una sentencia paradigmática. La superior condición física que reconocieron los jugadores del Barça al término del partido fue decisiva, pero no por no poder fajarse en el cuerpo a acuerpo, sino porque no le permitió desplegar las dos grandes virtudes que le introdujeron en la gran historia de este juego: la velocidad en el toque y en el quite. Ningún equipo juega hoy tan bien como lo hacía el Barça. Y mucho menos el propio Barça. A la espera de que se reinventen los azulgrana, el fútbol va por un camino diferente, el que ahora simboliza el Bayern, un equipo poderoso físicamente, muy bien organizado tácticamente, lleno de matices técnicos y recursos, muy científico, inmisericorde con los rivales que desfallecen progresivamente como el Barcelona.

Más cerca de Atenas que de Wembley                 

Tocaba sin sentido el Barça y aguardaba bien plantado el Bayern. Los muchachos de Heynckes se resguardaron en una estupenda línea de presión y aprovecharon cada pérdida de pelota de los azulgrana para enfilar a Valdés como una manada de búfalos. Todas sus salidas fueron tan selectivas que acabaron en un remate o en un saque de esquina, una jugada en la que los barcelonistas conceden dos y hasta tres opciones de remate.

El encuentro se convirtió en un ejercicio geométrico de fácil solución. La línea recta del Bayern siempre salía ganadora frente a la circunferencia del Barcelona. Jugaban unos con las porterías a lo largo y los otros a lo ancho, de manera que las posibilidades de gol solamente se visualizaban en el marco de Valdés. Había más noticias de Bartra que de Messi. Estéril y chato, falto de profundidad, el fútbol azulgrana se perdía por los márgenes de una cancha sorprendentemente encharcada. No hay nada más soso y peligroso que un rondo destensado. El partido pertenecía sobre todo al desborde de Lahm y el despliegue de Javi Martínez. La intensidad del Bayern contrastaba con la flojera del Barça.

No funcionó el juego de entrelíneas azulgrana y, sin el fútbol de presión en ataque, la zaga se vuelve muy permeable, vendida también por la flojera de los medios, poco intensos, incapaces de acompañar defensivamente a Busquets. El equipo se ha ido aflojando y, al final, se ha rendido de mala manera, víctima de cuantos males se venían anunciando y también escondiendo.

Borussia 4 - R.Madrid 1

Muchos pelotazos, ningún control Miguel A. Herguedas

La pesadilla blanca puede concentrarse en Pepe, castigado sin piedad por Lewandowski. 
No cometió ni una sola falta el central, ni se anticipó, ni guardó el orden en el fuera de juego. 
Su influencia en el partido se redujo a buscar a sus compañeros de arriba con contínuos              
desplazamientos en largo. Con hasta ocho pelotazos, más que nadie en el equipo, se
 alivió el portugués, seguido de cerca por Coentrao y Varane, con seis por cabeza. 
En total, 43 balones rifados. Esa opción por el juego en largo ilustra la falta de ideas de un equipo 
sin plan definido ni gobierno sobre el césped. No supo tejer el juego, ni sobrevivir sin el balón. 
Ni siquiera se tranquilizó con el 1-1, conseguido justo antes del descanso. Navegó entre 
dos aguas, perdida la ambición para el 1-2 y a la vez, sin control atrás.

Fue una noche aciaga para Alonso, torpe en la entrega, sin leer nunca bien la jugada. 
Por no mencionar a Khedira, tan voluntarioso como incapaz, intenso en cada choque, negado 
en cada distribución. El único que pareció por momentos capaz de dar algo de vuelo al 
fútbol fue Modric, sustituto de Di María en el once. Con la variante táctica, Mou pretendía
 ayudar a Alonso en la salida del balón. Sin embargo, la entrada del
 croata desplazó a Özil al costado derecho. El alemán, lejos de su zona de influencia, fue de 
los ocho futbolistasque completaron los 95 minutos, quien menos participó en el 
juego (48 veces). De hecho, únicamente pasó tres veces el balón a Cristiano Ronaldo. Rota 
la mejor sociedad, el ataque blanco fue una ruina.









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